Se está muriendo el día;
el cielo, antes azul, extiende
su mágica capa de estrellas.
Confundiéndose con el rumor de las olas
se escucha, en la distancia, a una fuentecilla
que está canturreando su eterna y alegre canción.
La brisa viene perfumada
con cálidos aromas
a romero, yodo y jazmín
y, en la agostada hierba,
un coro de cigarras y grillos
le están rondando a la luna.
Todo está tranquilo,
todo es calma,
todo silencio;
que, solo lo rompe,
la ronca voz de una guitarra
que bordonea en las sombras